sábado, 20 de marzo de 2010

¿Qué me pongo?

"¿Qué me pongo? o ¡No tengo que ponerme!" Son frases que, sin duda, más de una vez, los muchachos que acompañan nuestra vida habrán rezongado al escucharlas. Ellos dicen que con cualquier cosa se arreglan y salen. Nosotras, sin emabrago, necesitamos (dije bien: NECESITAMOS) sentirnos bien con lo que nos ponemos, vernos bien frente al espejo.
Particularmente prefiero no discutir y prevenir renovando con tiempo el guardarropas (si puedo) o rechazar la invitación. Pero jamás ir con él a la tienda para comprar un prenda si no quiero terminar en una pelea. escuchar frases como "apurate", "eso te queda lindo, pagá y vamos" u "¿otra vez  vas al probador?" mientras ves que no hay talle que te quede bien o el que te queda bien es como para tu mamá, es muy estresante.
Hay veces que me parece estar frente a una confabulación: Por un lado el vendedor, que quiere vender y desagotar de clientes el local, y por otro, mi marido, que no soporta estar en una tienda más de cinco minutos, y tratan, entre los dos, de convencerme que las arruguitas de la camisa no se notan o que el pantalón se va a estirar, o lo que es peor de hacerme creer que "la moda todo lo admite"
Ellos no comprenden que alrededor de los cincuenta, hasta el probador tiene que resultar cómodo. ¡Es increíble lo angosto que son algunos! ¿...y los talles? ¡Ni hablar! Cada vez más chicos con la misma numeración.
La situación que se vive al probarte una prenda es de terror: Pedís un pantalón del talle igual al que tenés puesto (obviamente de la temporada pasada) y entre la falta de ventilación, el poco espacio, los sofocones hormonales, no entendés si la balanza andaba mal o las prendas se achicaron. Lo que es seguro es que, mientras que con una mano tratás de despegarte la prenda de las piernas y con la otra tironéas de la cortina en franca lucha con el vendedor que la toca para apurarte, no te queda ninguna para taparle la boca a tu marido que insiste en que ya esperó bastante; y ante el riesgo de quedar desnuda en medio de la boutique, desistís de la compra.
Conclusión: con el rostro empapado de sudor, la cabeza despeinada y la ropa arrugada, salís del probador furiosa y con el autoestima por el suelo.
¡Yo quiero comprar ropa con un asesor de imagen y con un sistema computarizado! Así como el video que me llegó por correo.
Los invito a que lo vean y opinen ¿no tengo razón?

The Future of Shopping